Suadero: un beso carnoso, jugoso y doradito, placer de dos mordidas. Una emoción hecha de la sobrebarriga de la res, confitada a fuego lento en su propia grasa, dorada a la plancha y cobijada por dos tortillas pequeñitas, medio fritas –pero aún suaves y doblables–, con «jardín» y un pasón de salsa verdirroja –acidita y medio dulzona para cortar la grasa–. «¡Este es el mejor suadero de la ciudad!», decimos todas y todos, pues este taco, de origen chilango, es nuestro orgullo. Lo comemos de pie, frente al comal taquero que huele delicioso, a longaniza y tripa, las hermanitas suaderenses que se cuecen en el mismo jacuzzi de sabor. No existe el mejor taco de suadero, pero nada sabe mejor que el campechano más cercano cuando hay hambre y pagamos con el cambio sobrante después de los tragos del viernes. Tan ricos son que deberíamos decir: «Vamos por unos besos de suadero».