A las siete de la noche, los trompos giran en la ciudad de los tacos. Como campanadas anunciando misa, el fuego del asador vertical marca el milagro nocturno del taco al pastor –con piña, con todo–. Nieto del shawarma e hijo del taco árabe: taco migratorio, giratorio, curativo e histórico. Con sus capas de achiote y naranja, transicionó de libanés a chilango –del cordero al cerdo, del pan pita a la tortilla, del yogurt a la salsa verde con aguacate–.
Monumento de sabor, sol en el sistema solar de la cocina chilanga. Se piden de dos en dos para atrapar el efímero y placentero crujir de la carne caliente, de pie, frente al hipnótico trompo que huele a carbón, puerco y cebolla caramelizada. De regalo, te llevas a casa ese aroma ahumado y dulzón que solo existe en esta ciudad que también gira y gira sobre su propio eje.
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