Para ser realmente chilango, así sea de adopción, necesitas un juguero de confianza. Alguien que sabe cómo te gusta tu licuado de avena, plátano y amaranto, o el remedio antigripal apenas ve tu nariz roja. Tu juguero lleva años en su puesto y tiene un montón de combinaciones de jugos, licuados y cocteles con nombres divertidos, porque el ingenio siempre encuentra maneras de expresarse.

Las juguerías callejeras son el alma de las mañanas chilangas, con sus montones coloridos de frutas y vitroleros con semillas y granola. Aquí siempre hay plátanos y fresas en su punto –además de algunas abejitas– y un servicio cálido y veloz (es un deleite verles cortar el mango con gracia y rapidez). «Tómele tantito», te dirá el juguero, y te dará tu pilón –lo que quedó en la licuadora– porque en las juguerías no se escatima y por eso regresarás mañana.