Si en algo coincidimos los habitantes de la CDMX es que el antojo de chilaquiles sale para todas y todos. Especialmente los viernes a media mañana, con el alma malhumorada en la oficina, o los domingos, cuando necesitamos energía después de un fin de semana de desvelo. Los chilaquiles verdes, con el ácido aroma del tomatillo, son los favoritos. Esto se demuestra en los puestos callejeros que desde las seis de la mañana y hasta el mediodía despachan una orden tras otra. Con milanesa o pollo deshebrado, con cochinita, quesillo, chicharrón, chorizo, cecina o el sol de esta galaxia chilaquilera: huevito estrellado que derrama su esplendor sobre la mezcla de tortilla frita ensopada y adornada –para la vista y el paladar– con crema, queso, cebollita y el aromático abanico del cilantro. En lo que no llegamos a un consenso es en la textura: el debate chilango es si los chilaquiles vanr emojados o crujientes. Cada quien sabe de qué lado luchar, pero en la ciudad de las oportunidades, hay para todos.